martes, 18 de mayo de 2010

Eduardo llega a casa

Llegamos a casa de tío Miguel. Me la enseñó toda, y la habitación que más me gustaba era la mía, por supuesto. Estaba pintada de color verde, de ese que se parecía a las hojas de los árboles. Tenía una cama en la esquina, al lado de la ventana, y un escritorio con un bote de lápices y bolígrafos. También había un armario, que era para guardar la ropa, los zapatos, y todas mis cosas.
De repente oí que mi tío me decía algo:
-¡ Eduardo ! Ven un momento al salón, que te tengo que dar una cosa- gritó.
Fui corriendo hasta el salón, y había como una bola, enrollada con un papel de regalo. No podía ser más que una pelota de baloncesto.
-Ábrelo, ¿qué esperas?-me dijo.
Yo lo abrí, efectivamente era lo que pensaba, una pelota de básquet guapísima, no me atreví a preguntarle cuánto valía porque es de mala educación, pero debía valer una pasta.
-Gracias-le dije, vergonzoso-¿hay alguna cancha de baloncesto por aquí, para ir a probarla?
Él pensó, y contestó:
-Sí, saliendo de casa, a la izquierda, sigues todo recto, y vuelves a girar pero a la derecha, y enfrente hay una. No vuelvas tarde, y no hables con desconocidos - me advirtió.
-Gracias, tío, volveré dentro de media hora, o así. ¡Adiós!
-¡Adiós, y no vuelvas tarde!
Salí de casa todo contento, corriendo y esperando llegar a la pista. Seguí las instrucciones que me dijo: girar a la izquierda, recto y a la derecha, y, finalmente, estaba la cancha. No estaba mal: las canastas estaban un poco oxidadas, pero al menos tenían red. El suelo era de cemento, ni de parquet ni nada, habitual, porque estaba en el exterior. Empecé a tirar: casi todas me entraban, y algunas salían fuera, pero era la pelota, hombre...
Al cabo de media hora volví a casa, como me había advertido mi tío. Fue toda una experiencia, recién llegado a Mallorca.

No hay comentarios:

Publicar un comentario