jueves, 27 de mayo de 2010

La fiesta sorpresa

El otro día se acabaron las clases y comenzaron las vacaciones de verano.
Estaba muy aburrido mirando la tele, no tenía nada que hacer y me daba pereza salir afuera, y mi tío estaba encantado mirando cosas por el ordenador, hasta que le sonó el móvil. Yo, por pura casualidad, fui a ver quién había llamado.
Hablaban de quedar en algún sitio, o algo similar, tío Miguel colgó el teléfono al ver que yo estaba ahí.
Se despidió y se fue.
Como tenía tanta curiosidad, le seguí. Después de haberle seguido durante media hora, vi que se reunía con un hombre con gafas de sol y americana negra. Me acerqué más para oír lo que decían.
A mi tío le mandaron recoger a una mujer y llevarla hasta él. No tenía ni idea de qué hacer. De repente, mi tío se quedó solo. Salí de mi escondite corriendo, para atrapar a mi tío.
Al fin le atrapé, y con voz muy asustada, le dije que no tenía que secuestrar a nadie si no quería ir a la cárcel. Mi tío se estaba muriendo de risa. Yo, confundido, le pregunté por qué se reía tanto y él me contó que tenía que llevar a la novia de ese hombre a una fiesta sorpresa que tenía preparada para ella.
Yo, al final, me acabé riendo con él.

martes, 18 de mayo de 2010

Eduardo llega a casa

Llegamos a casa de tío Miguel. Me la enseñó toda, y la habitación que más me gustaba era la mía, por supuesto. Estaba pintada de color verde, de ese que se parecía a las hojas de los árboles. Tenía una cama en la esquina, al lado de la ventana, y un escritorio con un bote de lápices y bolígrafos. También había un armario, que era para guardar la ropa, los zapatos, y todas mis cosas.
De repente oí que mi tío me decía algo:
-¡ Eduardo ! Ven un momento al salón, que te tengo que dar una cosa- gritó.
Fui corriendo hasta el salón, y había como una bola, enrollada con un papel de regalo. No podía ser más que una pelota de baloncesto.
-Ábrelo, ¿qué esperas?-me dijo.
Yo lo abrí, efectivamente era lo que pensaba, una pelota de básquet guapísima, no me atreví a preguntarle cuánto valía porque es de mala educación, pero debía valer una pasta.
-Gracias-le dije, vergonzoso-¿hay alguna cancha de baloncesto por aquí, para ir a probarla?
Él pensó, y contestó:
-Sí, saliendo de casa, a la izquierda, sigues todo recto, y vuelves a girar pero a la derecha, y enfrente hay una. No vuelvas tarde, y no hables con desconocidos - me advirtió.
-Gracias, tío, volveré dentro de media hora, o así. ¡Adiós!
-¡Adiós, y no vuelvas tarde!
Salí de casa todo contento, corriendo y esperando llegar a la pista. Seguí las instrucciones que me dijo: girar a la izquierda, recto y a la derecha, y, finalmente, estaba la cancha. No estaba mal: las canastas estaban un poco oxidadas, pero al menos tenían red. El suelo era de cemento, ni de parquet ni nada, habitual, porque estaba en el exterior. Empecé a tirar: casi todas me entraban, y algunas salían fuera, pero era la pelota, hombre...
Al cabo de media hora volví a casa, como me había advertido mi tío. Fue toda una experiencia, recién llegado a Mallorca.